Esto ya lo había leído en alguna parte. Lo llamo deja vú literario. Es una suerte de prestidigitación. Sucede a menudo con escritores de ciencia ficción cuyos alucines hemos visto cobrar vida e integrarse con normalidad a nuestros días. El lector difícilmente advierte qué tan contundente es la clarividencia de los autores. Cerré Ácido Sulfúrico (ed. Anagrama 2005) creyéndome que había leído un texto de ciencia ficción sin logros extraordinarios. El peor de los libros de Nothomb que había leído. Ahora, sin embargo, quisiera tener a la mano la novela –que se encuentra en alguna caja, en Monterrey- para disfrutar la voz bautizadora de la autora. El límite inimaginable al que ha llegado la telebasura en Monterrey yo ya lo había “visitado”.
La novela trata de un reality show francés que se llama “Concentración” y que , básicamente, es un campo de concentración nazi con cámaras instaladas para trasmitir en vivo todos los ángulos del sufrimiento humano. Los participantes fueron “cazados” de las calles de París. El programa ha llegado a conquistar el cien por ciento de la audiencia. ¡Es un éxito sin parangón! Y la final se acerca. Los parisinos han acompañado el exterminio de la mayor parte de los participantes. Una de estos, la protagonista, al ver su muerte tan cerca rompe “el guión” para dirigirse a una de las cámaras con un mensaje lleno de poder: “—Creen estar en una situación de superioridad porque nos ven y nosotros no les vemos a ustedes. Se equivocan, ¡les veo! …Veo a aquellos que nos miran estúpidamente, también veo a los que creen mirarnos inteligentemente, a los que dicen : Miro para ver hasta dónde pueden llegar los que se rebajan y que , al hacerlo , se rebajan todavía más que ellos…¡Van a verme morir sabiendo que les estoy viendo! “ (p.52). Aunque esta cita la encontré, no pude hallar en internet la exigencia que Pannonique dirige al teleauditorio. Les dice: apaguen ya. Salven nuestra vidas y apaguen. Somos los rehenes del rating. Criticar el programa, hablar de él, darse golpes de pecho, organizar protestas en la calle, cualquier cosa que no sea apagar el televisor hace crecer al monstruo.
Esto ya lo había leído en alguna parte, dije cuando leí el comunicado de Multimedios en el que se disculpaba por haber violado a una vaca en vivo. Luego vi cómo fue “cazada” la sexy vaguita para formar parte del elenco del mismo programa. Y por último, me entero de un accidente vehicular “montado” para presentar como verdadero en vivo y en el que, supuestamente, el protagonista del programa Mitad y Mitad sale gravemente lastimado. Las fuerzas policiacas y ambulancias se movilizaron sin aparentemente saber que se trataba de una volcadura “de mentiras”. El actor publicó una fotografía en su cuenta de Twitter desde una cama de hospital para “probar” a su público que sí había sido cierto su accidente. Los productores del programa trataron de crecer la polémica. Y es que la final del programa está muy cerca. Se puede romper el récord de rating de la casa. El desafío es, entonces, capturar a la mayor audiencia posible, aunque se trate de “los indignados” que sólo lo verán para escandalizarse. Pero todavía no hablo del deja vú literario que tuve.
Mauricio Alatorre, productor de este y de otros programas como Noches de Futbol o Las Muñequitas, es, podríamos decir, la pieza clave del éxito comercial del canal. Pero también por ello es una de las personas que recibe más cuestionamientos sobre la calidad de la programación. Mauricio recibe muchos insultos en sus redes sociales, pero también recibe cartas y se entera de opiniones cada vez más difíciles de ignorar. Hace algunas semanas, discutiendo en Facebook con varias personas escribió: “BOLA de HIPÓCRITAS dejen de hacerse los tontos y mejor no opinen de lo que SI ven”. He aquí mi Deja Vú literario. El hombre pantalla rompió el hechizo para condenar moralmente a quienes critican la programación que no dejan de ver. Los llama hipócritas. Pannonique los llama estúpidos. Sin conocer a Mauricio y advirtiendo que puedo estar muy equivocada, leo en su comentario la misma exigencia de la condenada de Nothomb a ser ejecutada por el rating: apaguen ya. Él también es un condenado. Hace algunos días escribió en su cuenta de Twitter: “Es mucho muy extraño!! Dicen q no nos ven y q fuchi y q wuácala d pollo. Rarísimo, en 3 días tengo casi 5 mil followers más”. Alatorre está poniendo el dedo en la llaga. Podría tratarse de una torpe pataleta, por supuesto, pero, ¿y qué tal si Alatorre está denunciando algo? ¿qué tal si está tan desilusionado de las audiencias que ha decidido desafiarlas? No lo se. Los Deja vú siempre son así de nebulosos. No se tiene la certeza de estar repitiendo una vivencia. Quizá estoy equivocada.
También observo el otro escenario. Alatorre se ríe de mi porque con mi texto ¡pero qué bestia soy! estoy sumándole rating. Estoy haciendo crecer el rumor. Estoy participando de lo propio que critico. Si así fuera no tendría nada qué agregar.
Pero quizá se tenga la capacidad crítica para ver un poco más allá. Tal vez no se ha extraviado el switch que prende y apaga el show. Quizá valga la pena apuntar la diferencia entre repetidor y programador, entre actor y autor. Hay que caminar algunos pasos hacia atrás para reconocer si lo que consideramos rebelde no es, en realidad, sumisión. Tal vez así uno pueda reconocerse “productor” de la estupidez. Quizá no se quiera gastar la vida de rehén del rating. Quizá haya posibilidad de huir del Deja vú literario.
Entiendo que no se puede controlar la nave desde adentro. Por eso algunos de sus rehenes acusan de su situación a la sociedad. La programación televisiva representa el estado de ánimo de las sociedades, asegura Lauren Zalaznick, quien estudió la correlación entre ciertos estados de ánimo colectivos con la aparición y permanencia de programas. La tele tiene conciencia. Es un ente social. Es un espejo sin misericordia. Por ello es probable que la única forma de replantear su trayectoria sea que las audiencias aprendan a usar el control remoto como regulador moral del inconsciente colectivo. Mientras aprendemos a usar “el hechizo” a nuestro favor, podemos abandonar el papel de cómplices de la estupidización de las masas apagando la tele.