A mi Colegio Mexicano

13 Mar

En su 130 Aniversario

 

Más que el patio, la sensación del patio. Su amplitud. Los edificios rectos, de ladrillos grises, y su intacto olor por dentro. A penas cruzar las puertas y ahí está la dulce adolescencia. El uniforme de polyester color verde. Las calcetas no tan limpias como deberían. Los mocasines recién lustrados pero que ya no se ven bien. Subo corriendo por las escaleras que huelen exactamente a lo de antes, una prisa por subir, no tanto por llegar. Pasar de largo por la dirección de la maestra Conchita y llegar a mi verdadero territorio, mi secu. Tan mía. Yo me quedé en esos pasillos. Sigo llegando a mi salón, formada, detrás de mis amigas y al llegar al dintel de la puerta salto y me cuelgo. Soy del equipo de básquet. Debe perdonárseme mis incontenibles ganas de saltar. Debo probar si llego o no llego, y llego. Me rajo un dedo. Sangro. La pequeña y encantadora maestra que vigila esa sección del pasillo –el hada de las ciencias- me socorre. Toma mi dedo índice y aprieta mi herida, me lleva al baño a prisa, sin correr. Ahí en el lavabo veo lo que ha ocurrido. Soy una imbécil, pero qué bien que lo soy. Porque estoy con una de mis favoritas frente al espejo del baño que luce mucho más brillante. El sol nos da en la frente. Mi maestra es muy pequeñita y yo soy una bebé gigante. Su cabeza huele a algo interesante, como a polvos, ¿sería talco? No era un perfume, era un olor a ella. La maestra de biología. La querida robotina, una maestra absolutamente respetable. Rosy, mi amiga Rosy, la gran Rosy, nadie la imitaba mejor que ella. Cuando mi amiga estaba tan feliz, tan llena de sí y de todas las demás, le suplicábamos: por favor, ¡¡házla de robotina!! Y Rosy, que es tan buena, tan noble, se negaba. No, no. Ya no. Pero nosotras le insistíamos. Y Rosy terminaba accediendo y era como si se animara a reventar una bomba de hilaridad, una sensación exclusiva de la complicidad… Días de permanente felicidad. O así los recuerdo ahora. Nunca tuve tantas amigas juntas en mi vida. Hoy batallo tanto para verlas. Imposible concretar en una fecha. Y entonces eran absolutamente mías y yo de ellas. La amistad jamás era interrumpida. Aún en el tiempo de clases el convivio seguía, actuábamos todas a ser alumnas, a ser niñas, a volvernos señoritas. Danzábamos. Ahora así lo veo. Danzábamos siendo la música. Ayer que por fin llegué al lobby del piso de secundaria, caray, no sé qué sentí. Miré primero que nada el salón de la Sociedad de Alumnos en donde pasé horas de absoluta fascinación. De adolescente tuve un laboratorio ahí. Esto lo compartí con apenas tres o cuatro compañeras más, pero la salita en donde ahora está la coordinación de inglés fue el mejor lugar de mi escuela. Esas fueron mis primeras lecciones de política. Representar al alumnado con amor de adolescente. Es extraño, aquí siento un dolorcito viejo, como de una antigua soledad en llamas… Cada que las integrantes de la Sociedad de Alumnos salíamos de una de nuestras juntas con una risita jiji la directora nos torcía la boca pero se le notaba interés por conocer cuál era la nueva locura. Se nos reprimió poco. Sor Elena y el equipo de dirección, las titulares, la mayoría de los profes, nos querían. Nos querían en serio. Les gustábamos a pesar de todo. Nos jorobaban, claro. Se obsesionaban, sí. Se desquitaban a ratos. Pero en lo profundo éramos sus protegidas. Creían en nosotras. A mi me llenaron de confianza. Ahora se que eso no es fácil. Ayer me di cuenta que durante todos estos años de mi vida, he andado con un orgullo callado. Tuvieron que pasar más de veinte años, ¡qué testarudez!, para reconocer que la felicidad del Colegio Mexicano ha dado para rato. Aún la llevo conmigo. No puedo dejar de ser esa niña que fui. Qué fantástico es el espacio. Guarda tanto, tantísimo, y al mismo tiempo es tan transparente. Nadie nota lo que para mi significa ese salón. La emoción de que por fin llegaría el maestro Víctor y me miraría. Y yo a él. Nunca lo supe como ahora, con mis 36 años a cuestas: éramos amigos. La relación entonces era tan incomprensible que fue sacrificada por la inercia del tiempo (me fui a la prepa, la carrera, la vida…), pero ahora se que éramos cuates. Él me regaló la primer novela que leí. En ese salón ayer estuve sola. Las amigas se dispersaron, o yo me salí del tour… y de pronto apreció el Segundo B. ¿Qué pasa? ¿por qué lloro? Imposible realmente saberlo. El espacio me provocó una escalada de emociones que rebosaron. ¿Puede uno bendecir un tiempo que ya pasó? ¿Qué diría la ley de la relatividad, le preguntaría a la maestra Carmen?

Ayer el Colegio cumplió 130 años. Estuvimos ahí cientos de ex alumnas de todas las edades. Golpe al ego. Hubo muchas antes y muchas después que nosotras. Es peor. No somos las únicas que amamos al Colegio, y nuestros espacios fueron de otras de la misma intensa forma. Esa capilla, por ejemplo. Ay, ahora se que ese era el lugar para pensar. Rezaba, sí, pero ahora creo que lo más disfrutable era el silencio y el respeto al recogimiento de cada quien. Afuera uno vivía y en la capilla uno asimilaba. Claro, seguramente viví con enorme fervor mis constantes visitas y gocé al máximo mi propio misticismo pero ahora que regreso con la misa conmemorativa del aniversario pienso que me quedaría con la mitad de los significados y el resto de plano lo dejaría atrás. Hay una diferencia entre la profundidad espiritual y la retórica religiosa. Ahí en medio de todas las compañeras de la propia y de tantas generaciones, entre maestros y maestras, sores y personal de toda la vida del Colegio –como don Mónico y don Goyo- había muchas otras formas de lograr una verdadera comunión y, sin lugar a dudas, sor Gloria o tantas mujeres ahí presentes, hubieran dado una excelente homilía. Sentí cierta frustración por no poder romper el protocolo de una misa siendo que habían ahí reunidos tantas historias que nos congregarían de veras, como comunidad espoiritual. En fin. Siempre fui así en mi Colegio. Nunca dejé de criticar lo que me parecía debía cambiar. Y en una mañana tan bella de sábado, el 11 de Marzo de 2017, yo pensé que las monjas de ese Colegio debieron haber dado la Misa. Quien lo diría, una vez más volví a la capilla a asimilar mi fe.

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