Duelo por Lanker

Me visitan recuerdos entrañables, una felicidad adolescente que hasta ahora reconozco irrepetible, la de correr de bajada hacia el valle, tumbarme sobre el pastizal y escuchar que otros se acercan gritando ¡bolita!, ¡bolita! Recuerdo los olores. La tierra mojada, el olor a ixtle, a sierra transpirando a medio día. Los sabores enlatados, el pan de ayer, los negritos Bimbo. No había mamá ni papá cerca. Sólo nos teníamos a nosotras mismas. Los camiones de redilas partían vacíos. Entonces habitábamos nuestro sueño rodeadas de un bosque serrano verde azulado, que a veces nos recibía con una lluvia torrencial y no había más que refugiarse y abrir la torta de jamón serrano que mi mamá me mandaba cada año. Nos quejábamos de tonterías y éramos tan hermosas por ello. Casi todos los problemas se resolvían al abrazarnos y llorar: ¡éramos adolescentes! Ridículas, simples, tiernísimas. De noche veíamos las estrellas. El casco de la noche estaba repleto. No cabía un misterio más. La experiencia culminaba con una inmensa fogata, que se encendía al toque de una antorcha que volaba por el aire lanzada por una compañera que se despedía de jefa de grupo. Era una ceremonia muy alucinante con muchas emociones y un fuego abrasador, que nos iba permitiendo acercarnos poco a poco, hasta poder acostarnos a su alrededor. Mi corazón se expandió ahí, de campamento. A mis treinta y un añitos puedo decir que lo que me ocurría en Cadena es que mi corazón crecía.

El domingo que llegaban nuestros padres por nosotras los abrazábamos llenas de alegría, (de esa alegría que toca a los adolescentes atesorar). ¡Teníamos tanto que contar y ellos tan poco qué entender, que se me hacía tarde para que iniciáramos el viaje de regreso a casa mientras yo les contaba lo vivido mirando las montañas alejarse. Nuestros abuelos nos cuentan de ríos en los que se bañaban y pescaban. Temo tanto que los campamentos se conviertan en una historia lejana, que los adolescentes del futuro sólo puedan imaginar…

Atesoro estos recuerdos con las amigas junto a quienes hoy también estoy compartiendo un duelo sin nombre. Las adolescentes que fuimos no han parado de llorar la tragedia de sus compañeras de Cadena Lanker, atacadas en su campamento la semana pasada por asaltantes y agresores sexuales, en el Estado de México. Nosotras, ahora adultas, tenemos que ir al trabajo, cuidar de nuestros hijos, conducir de un lado para otro, montarnos a la vida como cualquier otro día, pero llevamos nuestro corazón muy triste y sin palabras.

El sol, sin embargo, volverá a salir.

17 de Julio de 2012, Monterrey, Nuevo León